Un antojo es algo que provoca comer y que se desea muchísimo. “No es hambre de cualquier cosa, sino de algo muy definido. De allí viene el nombre Antojarte”, asegura la emprendedora Carolina Marcano. Esta venezolana de 35 años se propone cumplir los antojos de tequeños, arepas, pasteles y empanadas de su clientela tucumana. Marcano dice que deja el alma en ese empeño que expresa su origen y el lugar que eligió para desarrollarse. Aunque Antojarte nació en 2020, el nombre y el logotipo de esta casa de comida a domicilio fue publicitado oficialmente el 20 de noviembre de 2021, cuando se cumplían dos años del fallecimiento en Tucumán de su papá. “Él vino en diciembre de 2018. Yo decidí presentar Antojarte en esa fecha para cambiar la dinámica de una jornada triste para nosotros, que somos pocos aquí. Quería darle otro sentido a los 20 de noviembre”, reflexiona.
La historia de Marcano no es la de la inmigrante que pretende tapar y olvidar el pasado que dejó, sino la de una que reivindica su punto de partida y lo ve como una oportunidad para progresar. “Vivo en Tucumán desde hace tres años. En mi país yo ya había empezado un emprendimiento porque la verdad es que me encanta cocinar aunque soy ingeniera industrial de profesión. Llegué con la mente bien abierta, dispuesta a esforzarme y con una valija cargada de ilusiones, pero sin las aspiraciones de lograr lo que he logrado hasta hoy. A los dos meses ya tenía un trabajo de ingeniería en relación de dependencia”, relata durante una entrevista virtual encajada entre sus múltiples quehaceres.
Dos hermanos y el padre precedieron a la fundadora de Antojarte en la determinación de instalarse en la provincia. A poco de llegar, un cumpleaños ofreció a Marcano la ocasión para exhibir su talento culinario. “Sin que fuera algo planificado, preparé comida venezolana porque para nosotros es simbólico comer los tequeños, ‘deditos’ rellenos de queso que son bastantes buenos y versátiles, y se pueden adaptar a cualquier reunión. Los llevé y a los amigos de mi hermana, que eran mayoritariamente tucumanos, les encantó. Fue, por así decirlo, la sensación de la noche”, recuerda.
Los elogios de sus primeros comensales la alentaron a lanzar su negocio. Era febrero de 2020 y, después de la pausa obligada de la cuarentena y con la ayuda de capacitaciones como la de la organización Inicia, Marcano se convenció de que podía crear una marca. Al respecto, explica: “no me interesaba vender por vender. Obviamente cuando tú desarrollas una pasión es distinto a cuando haces una labor diaria por compromiso. Yo le he puesto un montón a Antojarte: mi objetivo es unir culturas por medio de la gastronomía venezolana. El hecho de entregar una caja con mi comida equivale a entregar un poco de mí y de Venezuela también. Lo más bonito del emprendimiento es que no existen barreras de ningún tipo: ni políticas ni de color. Y la recepción de la gente es la parte más gratificante”.
Que hable la comida
La búsqueda del comentario favorable de los “antojados” es el eslabón final de una cadena estudiada con esmero. Marcano subraya que sus clientes principales y “más fieles” son los tucumanos, aunque también recibe pedidos de venezolanos, panameños y chilenos residentes en la provincia. Además de un menú para consumir en el acto, Antojarte dispone de opciones congeladas y de platos sin gluten. Casi todo lo hace ella en la cocina de su hogar, cuando cuelga el sombrero de ingeniera industrial.
“Sólo tercericé la papelería porque para mí es importante la presentación: que los productos ‘hablen’ por sí solos”, explica. Si bien reconoce que la vida de emprendedora y de trabajadora es sacrificada, precisa que a ella le sirvió su formación profesional para sistematizar los procesos; planificar; organizar el tiempo y armar las tablas de costos. Sus fines de semana son enteramente para Antojarte y ella cuenta con orgullo que “no descansa nunca”: “soy de acción. El mismo día a día me lleva a eso. No me puedo echar”.
Su camino demuestra que no se detiene. Marcano nació en la ciudad costera y norteña llamada Cumaná, “la primogénita del continente americano”, según detalla. Pasó su infancia en la playa y, luego, se fue a estudiar a Maturín. Allí estaba cuando decidió seguir a sus hermanos y a su papá, e instalarse en Tucumán, donde a su cuñado le habían ofrecido trabajo en 2017. Aquí nació su sobrina. Parte de su familia, incluida su madre, se quedó en Venezuela. Pero la dispersión es grande: hay parientes en Ecuador, Estados Unidos, España, Panamá…
Un gran motor para inmigrar fue la salud delicada de su mamá. Marcano cuenta que ella quería ayudarla y que la forma de hacerlo era partir. “Allá no lo podía hacer, pese a que tenía un trabajo muy lindo en Aduanas. Me encantaba lo que hacía, pero económicamente no era la situación ideal para afrontar los gastos que teníamos y aún tenemos. Entonces, tuve que tomar una decisión de vida. Siempre hay miedos, pero, si no arriesgamos… Yo me arriesgué y viajé dispuesta hasta a trabajar de vendedora en una tienda, pero la verdad es que tuve mucha suerte. Crecí y eso me dio la posibilidad de emprender, algo que me ayudó en todo sentido”, refiere.
Si bien le complace la ingeniería, con gusto se dedicaría por completo a la cocina, inclinación que tomó de su mamá. “Me identifico con la comida, con lo que entrego y con la reacción de quien lo recibe. Eso hace que siga adelante”, asegura. En su casa, paradójicamente, no la dejaban cocinar y ella tuvo que aprender cuando salió de su hogar. Dice que el mandato social le exigía una profesión. Así terminó su carrera, aunque sospecha que si desde pequeña le daban la oportunidad, habría sido cocinera de entrada.
Empanadas al fin
Marcano tiene una respuesta preparada para todo. Cuando se la interroga sobre la nacionalidad de las arepas, es decir, si son colombianas o venezolanas, ella se ríe y dice que en su momento Venezuela y Colombia fueron un solo país, la Gran Colombia. “Si vas a Venezuela comerás una arepa diferente a la de Colombia. Para nosotros es algo más elaborado: lleva un relleno y, por eso, se la conoce como gourmet. Ellos hacen la preparación y, a lo sumo, le ponen queso. Pero justamente en Cumaná, de donde yo vengo, los indígenas molían el maíz y hacían una forma redonda para imitar el sol, que era su dios, que llamaban ‘erepa’”, precisa.
Antojarte intenta preservar el contenido histórico y cultural, y, por ejemplo, emplea el queso llanero venezolano (bien consistente y salado) que fabrican compatriotas de Marcano establecidos en el país. “Eso es lo que hace diferentes a los tequeños”, enfatiza. La ingeniera se anima también a vender las empanadas en una tierra que se precia de hacer las mejores de la Argentina. “La principal distinción está en la masa, que es de harina de maíz. Esto cambia todo. Yo no puedo decir si una es mejor que otra. A mí me encantan las venezolanas, pero las tucumanas son también muy ricas”, concede.
Entre sus metas próximas está la apertura de un espacio específico para Antojarte. “Quiero generar empleos”, afirma con impaciencia. Pero dice que está dispuesta a ir paso a paso porque confía en el efecto multiplicador de los sabores que elabora. “Detrás de alguien que pide a lo mejor hay cinco personas más que yo no estoy viendo. Quiero que lo mío se venda en forma espontánea y honesta. Quiero crecer en espacios y equipos sin olvidarme de lo importante que es la calidad del producto porque eso es lo que importa”, anuncia. Quizá por eso ella alienta la comparación: que se prueben otros tequeños, otras arepas y otras empanadas para dimensionar los contrastes.
Cuando se trata de comparar la coyuntura económica de Venezuela con la de la Argentina, la fundadora de Antojarte opina que el nivel de inflación es complicado y que el de la actualidad se parece mucho al que ella vivió en su patria de nacimiento, en los años previos a viajar. Al momento de irse, el sueldo mensual mínimo era de 20 dólares. “Aún con los problemas, sigue siendo mejor estar aquí que allá. Todavía se puede rescatar. Aunque cuando veo que en algunos supermercados racionan y dicen que sólo se puede comprar dos aceites por persona, me empieza a faltar el aire. Eso era habitual en Venezuela”, evoca. No es que no sienta el cambio de precios, pero no está dispuesta a rendirse ante la situación. Marcano está persuadida de que nada puede detener a quien tiene un sueño y prescribe: “si decides salir adelante, saldrás”.
La receta de Antojarte
1- Estudiar el para qué y definir el sector al que se dirige el emprendimiento.
2- Entregar algo auténtico y buscar la devolución del público.
3- Aprovechar la competencia como una oportunidad para mejorar.
4- Vender en forma “espontánea y honesta”.
5- Tomar la decisión de salir adelante: no rendirse ante los reveses.
El emprendimiento en Instagram: @antojarte.cm